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“Todo cuanto hay de valioso en la historia humana -las grandes realizaciones de la física y de la astronomía, de la medicina, de la filosofía y el arte, de los descubrimientos geográficos- ha sido obra de radicales” - Herbert Read.

Sokurov en su carrera contra el Tiempo. El Mal y el Bien en ‘Taurus’ y ‘Faust’.




Una serie de imágenes permanecen fijas en la memoria de los rusos y en la de quienes aprendieron la historia conscientes de la pedagogía que afirmaba que el futuro sólo podía traernos el progreso. En una de ellas encontramos a Vladímir Illich Lenin arengando al pueblo desde un atril en un mitin. En otra, al Lenin que paseaba en coche descubierto aclamado en las calles de Moscú. Un poco más adelante la severidad y la serenidad del Lenin embalsamado que aún hoy reposa en el mausoleo junto al Kremlin. En Taurus (2000) Sokurov trabaja en esos iconos de la cultura popular rusa para destruirlos, para mostrarnos un viejo, decrépito, débil, enfermo, en una dacha de Gorki húmeda, mundana, obsesiva, residente en un cuarto cuya puerta está, más baja, a la medida de los que tienen que inclinarse para cruzarla. Lenin tiene una bala alojada en la espalda, muy cerca de la espina dorsal. Lenin va a ser asesinado por Stalin, como afirmó Trotsky. Lenin tiene una demencia fruto de la sífilis. Lenin tiene la afección del poder cuando decae, su tiranía resalta cuanto más en el momento en que no es respetada por su círculo más íntimo y se convierte en un paciente lastimoso que es ignorado por los que le cargan sobre sus hombros.

El Lenin de Sokurov es un inválido al que le sacan los mocos mientras apunta con el dedo a los pájaros. Un hombre que ha olvidado qué hacía allí y sólo recuerda que sus palabras antes tenían otro efecto en los que le rodeaban. El espectro de una idea que vemos a través del líquido verde de una probeta, o de una lente en un microscopio. El desenlace prematuro de una revolución ante la que sólo se inclinan los árboles caídos que hay que apartar del camino.

Ese es el Lenin de Aleksandr Sokurov.

Sokurov es un moralista clásico. Una cualidad necesaria para que el esteta resista el paso del tiempo y perdure. Al fin y al cabo los valores “eternos” ya han durado el suficiente tiempo como para ser inmortales, todo lo inmortales que pueden ser hoy las obras pictóricas restauradas una y otra vez hasta borrar completamente el original, o el celuloide, convertido en bytes, asegurándose la réplica eterna sólo mientras exista público.

El moralista entonces puede caminar de puntillas por la historia del Palacio de Invierno, como en El arca rusa, convertir los ritos de los tiranos por la gracia de dios en belleza, pedirnos silencio mil veces, maravillarnos con la precisión de su dibujo, y en otro asalto, condenar a un Lenin ya moribundo en una tetralogía, que para más escarnio, completan Adolfo Hitler, el emperador japonés Hirohito y, presumiblemente, el tirano Vladimir Putin. Debe de ser muy difícil ser artista en la Rusia que legaron Gorbachov y Yeltsin, sin referentes morales reales, añorando un pasado imperial con la candidez del niño que rezaba en secreto durante el comunismo, alegando en su defensa la falacia romana de que siempre lo que viene después de, ha sido causado por.

Y sin embargo Sokurov es uno de los más grandes artistas del cine de nuestro tiempo, quizás porque construye todo su arte en el territorio de la subjetividad del sueño, de la imaginación parcial y autista del sonámbulo. Poco importa que se refugie en una nueva fábula, como en Faust (2011), nos embriaga. Nos embelesa y nos embriaga. Porque es incapaz de defender cinematográficamente la misma moral que propaga, porque su cámara se encuentra, ante todo, partidaria de la turbación de los sentidos, de la ebriedad de la dolencia, del trastorno de la tentación. En ningún otro narrador somos tan conscientes de que el relato está regido por la voluntad de su creador. De que el aliento del pecado de Fausto, del padecimiento de Lenin, proviene no de sí mismos, al fin y al cabo figuras metafóricas que el espíritu utiliza para constituir sus contrarios, sino de ese director ruso que concibe la imagen a semejanza de lo que percibe un ánima con los cinco sentidos. El tacto nunca termina de tocar, insinúa que acaricia, se promueve como un gesto en un espacio aparte. El gusto no paladea, contiene. El olfato no huele, respira el olor de los otros. La vista ve, pero con los párpados cerrados, produciendo las imágenes, no recepcionándolas. El oído escucha, lo escucha todo y lo hace simultáneo, no del todo inteligible, dando la impresión de que todo lo dicho es insignificante y a la vez permanente, no en el tiempo, sino en el volumen de esa estancia.

Perdonamos entonces lo mal que habla de un hombre malo en Taurus. Todos los poderosos son malos, el poder corrompe y en este modelo de sociedad corrompe completamente. Se olvidan los puntos de partida, las ideas que se reflejan en el horizonte, la forma en que los actos una vez soñados se transformaban en hechos coherentes. Todos los que toman decisiones que afectan la vida de otros sin su concurso o su consentimiento son malos. Todos los que disponen sobre la vida de los demás, los que tienen el poder de que permanezca, o de que se destruya, son malos. La maldad es una moneda corriente que tiene el don de ser la distancia más corta entre dos puntos, es simple, es sencilla, casi todo el mundo la acepta, la desea, íntimamente la comprende. Y en los poderosos la maldad es visión de estado, es esa mentira mil veces repetida del difícil arte de gobernar, porque gobernar para un hombre no es difícil, es imposible, y el único gobierno que merece tal nombre es en el que los seres humanos se gobiernan a sí mismos.

Fausto pacta con el diablo. Pero quién es el diablo para pactar con él sino esa totalidad sensorial de su cine. ¿Cómo no entregarse al mal si todo lo que les circunda les turba, de un modo u otro les contacta, les desorienta, les convierte en una versión tras otra de sí mismos? En el cine de Sokurov los personajes tienen el alma rota en pedazos que son recogidos por los que les rodean, esos otros que mascullan mientras toman una pieza del puzzle de la esencia humana y la miran y la tiran para que otro la recoja. Ese espíritu está en los carraspeos, en el ruido que hacen con los objetos, en la configuración de la luz en sus escenarios, en la forma en que miran más allá del cuadro rozando con los ojos a quienes tienen al lado. La maldad, al contrario de en la vida real donde sólo está al servicio de sí misma, se pone en Sokurov al servicio de dos cosas, la belleza y el bien moral. Un bien moral cobardemente escondido en la moral clásica, la religión, la tradición y la jerarquía de una sangre sobre las otras. Si Nicolás II mataba le asistía un derecho, colgar un cuadro en el Palacio del Hermitage [1], si Lenin mataba era un usurpador de la muerte, un hombre que por tener ideales tenía la obligación de ser débil y era doblemente culpable al traicionarlos.

Después de ganar el León de Oro del festival de Venecia de 2011 por Faust Sokurov hizo dos declaraciones sobre la relación del Fausto de Goethe con la política y el pensamiento. Dijo que “todo lo que necesitan los políticos está ahí”. Después que se debía tomar nota ya que se trataba “de una obra que abrió el alma humana a escritores y pensadores”. Sokurov no piensa cuando habla de “políticos” en los auténticos políticos, los ciudadanos que están movilizados en contra de los poderes económicos y gubernamentales en todo el mundo, sino en gente como Vladimir Putin a quien solicitó apoyo en una entrevista en su dacha de las afueras de Moscú, y que liberó once millones de dólares de una de las instituciones fantasma que controla, el “Fondo para el desarrollo de los medios masivos de comunicación” para financiar la película. Es curioso como una tetralogía sobre El Poder con mayúsculas termina siendo respaldada por el mayor gangster de la historia moderna de Rusia, Vladimir Putin, y puesta al servicio, en el orden filosófico, de la clase parasitaria que controla las democracias burguesas en Eurasia. El arte puede ser a veces la tapa de una cloaca, lo cual no niega su valor artístico pero sí nos hace repensar su valor moral [2].

Volvamos a Lenin. Taurus concebida en dos partes de unos 45 minutos, planificada de ese modo para hacer digerir en dos tiempos la destrucción de la mitología del líder comunista, es una obra, como Moloch, o como El Sol, que dialoga con el concepto universal del poder. Obras que pueden entenderse de dos maneras, o aislando esos personajes y circunscribiendo los valores fatales del mandato de un hombre a tres ideologías singulares, el nazismo, el comunismo, y la monarquía [3], o señalando como arquetipos de cualquier configuración jerárquica de la sociedad a estos tres personajes. No importa que Taurus esté lleno de inexactitudes históricas, en eso coinciden todos los historiadores, que Lenin se encontrara mucho más separado de Stalin de lo que muestra la película y que advirtió al comité central sobre el peligro de dejar el control político en sus manos, o de inexactitudes filosóficas y éticas, no es lo mismo expropiar que robar e incluso podríamos entrar en que en la primera hace falta una legitimidad moral y legal, que reunía la revolución rusa puesto que la soberanía de un estado reside en el pueblo, y en la segunda, aunque baste sólo la moral, debemos también negarnos a condenar el robo a los ricos. Se trata de un hilo mucho más sensible, el que nos conduce a reflexionar sobre el hábitat del “político”, sus criados, sus rivales y compañeros en la lucha por el poder, su relación con su familia, sus horas de descanso y de ocio, sus comidas, la cama en la que duermen. Es ahí donde vemos que el poder lo pudre todo, que su marca hace imposible la coherencia, que el que es capaz por sí solo de convertir su palabra en ley traiciona a la palabra y a la ley.

Sokurov no cuestiona las condiciones en las que se encuentran algunos de sus personajes, lo cual es uno de los sellos de la ideología conservadora. No cuestiona a los zares, de hecho no lo hace en El arca rusa, al contrario, de algún modo nos invita a ser visitantes en su corte guiados por un Marqués que nos solicita sumisión y silencio permanente, pero sí cuestiona, eligiendo el momento más difícil de su vida, a Lenin, intentando reflejarlo como un hombre no muy inteligente, especialmente violento y sanguinario, que termina sus días sin saber resolver una simple multiplicación. Tampoco en Faust cuestiona que el científico esté en la miseria y pelee por un miserable trozo de carne de pollo, ni que tenga que echarse en brazos del mismísimo demonio porque su pobreza no le permite cortejar, según los códigos de la época, a Gretchen. Para Sokurov parece que lo hace por simple lujuria. Nada es cuestionado, el deseo se censura porque las condiciones no permiten otra forma de alcanzarlo y la parábola se explica circularmente a sí misma, excepto para ofrecer un final donde Fausto vence al “diablo”, reconoce la ciencia por encima de la magia, exclama que para que esta tierra sea libre no hace falta nada más que un pueblo libre y rompe su contrato con el usurero instándole a que lo presente el día del juicio final. Un final que puede ser un trasunto de lo que no se atrevió a decirle a Vladimir Putin, quien por cierto, como explica Roberto Madrigal en el artículo que hemos anotado antes, llamó a Sokurov para felicitarle siete minutos después de conocerse su triunfo en Venecia y no han de pasar por alto las similitudes, físicas e intelectuales, del ex-espía del KGB con ese demonio que ejerce de cicerone por el infierno.

Además las alusiones al poder y al bien y al mal en Faust son siempre de índole religiosa. Faust encadena planos de un carnicero cortando carne con una mujer que sacude un colchón, o relaciona la complicidad de un burgués y un sacerdote como la del negocio que con la muerte tiene la iglesia. Para Sokurov la ley que es legítima es la “divina”, que está mucho más allá que la religiosa, y ha de obligar a “políticos”, banqueros y curas, a los que, por cierto, el pueblo sirve. El poder terrenal es una usurpación del poder divino y el gobernante debe sentirse compelido por las leyes que emanan de dios. Es, al fin y al cabo, el planteamiento de Nietzsche si hubiera sido teólogo o el de Jean Bodin [4].

Una sociedad que olvida a “dios”, viene a decirnos Sokurov, se condena a vivir bajo el yugo de Lenin. O una sociedad que iguala la divinidad de sus gobernantes, a la de dios, perece, nos dice en El Sol a propósito del emperador japonés Hirohito. O en el caso alemán, si sus gobernantes se creen más poderosos que “dios” precipitan a la sociedad a su destrucción, como en Moloch, a raíz de Hitler. Eso es lo que plantea el pensamiento del director ruso, que disputar a “dios” su existencia, su jurisdicción o su supremacía conduce a la catástrofe. Y como colofón, ese Fausto, un científico, al que la otra cara de la moneda de “dios”, “el diablo”, le regala los medios para culminar su deseo a cambio de su alma, aunque él no se la pague.

La belleza de las películas de Aleksandr Sokurov no debe hacernos olvidar la clase de ideas que contienen sus películas. La belleza a veces es sólo un grupo de deformidades que en conjunto resultan armónicas. Depende del grado de evolución de los ciudadanos de una época, de los adornos de los que se dote, de las miserias de una sociedad a la que puede parecerle que hubo un tiempo particular, mejor, en que la injusticia se sublimaba a la estética y esta a la inteligencia de “dios”. Quizás se trata de que ese talento para conservar su propia coherencia interna debe someterse a una idea religiosa para pretender ser inefable. Más allá del montaje final de sus películas la psicología del artista ruso se nos escapa, pero todo parece indicarnos que eligió la manera más fácil, si esta existe, de urdir obras maestras, proyectándolas en el pasado, anclando su nacimiento a las ideas anteriores a su existencia. Con toda seguridad logrará engañarnos a nosotros, quienes aún permaneceremos asombrados por su magistral técnica, y a la historia, para la que la corta vida del cinematógrafo no logrará ir muchos pasos más allá del director ruso, pero no al futuro, donde su ideas morales serán vistas como un lejano precedente a su propia época.

José Ramón Otero Roko


Notas: 
1.Estimados amigos, les escribo este hilo para hacerles una recomendación con toda la buena intención del mundo. Les recomiendo que vean las películas de este cineasta ruso, que es 100% tradicionalista. Si ustedes no quieren verse en la obligación de ver películas taquilleras americanas con el fín de evitar de ver bodrios españoles progres tipo Almodovar y Amenabar, les recomiendo que profundizen en la obra de este cineasta ruso, que es afín a nuestra ideología.
Este cineasta hizo una película en el año 2002 que es la más conocida de su obra, que se llama "el arca rusa", que es una película que hace apología de la Rusia antigua, de la Rusia Zarista y tiene criticas negativas al período comunista en Rusia. La película se mueve entre la realidad, la historia y la fantasía, este filme trata sobre un personaje del siglo XIX llamado el Marqués de Custine que acompañado de una voz invisible que es la del director Sokurov, recorre el museo del hermitage en Rusia y al recorrer el palacio de invierno de los Zares, recorre por diferentes escenas de la historia de Rusia y el Marqués de Custine dialoga con diferentes personajes de la historia de Rusia. Hace una revisión de las obras artísticas de ese museo y también tiene referencias positivas a la Rusia zarista y duras críticas al período comunista. Una escena de esa película, es que la hijas del zar corren bellas por los pasillos del palacio y son idealizadas como ninfas por el director Sokurov. En Rusia los sectores progresistas odian a Sokurov acusándolo de "reaccionario".
Estimados colegas tradicionalistas, yo les recomiendo la obra de este cineasta, porque no es muy común ver directores de cine que defiendan esos ideales que a muchos pueden parecer retrógrados como la monarquía zarista, la tradición rusa y la religión ortodoxa. Mientras otros cineastas como los españoles Almodovar y Amenabar, son progres, homosexuales y de izquierda: o también otros como Steven Spielberg son Pro-EEUU, pro-Israel y pro-capitalismo: o incluso cineastas comunistas como el mismo ruso Sergei Eisenstein o Chavistas como Oliver Stone, este cineasta Sokurov es 100% tradicionalista y afín a nuestra tendencia política.
Se las recomiendo encarecidamente.
Saludos cordiales
”.
En http://hispanismo.org/cine-y-teatro/13007-les-gusta-ustedes-el-cineasta-ruso-alexander-sokurov-director-del-arca-rusa.html (revisado el 11/12/2012). 
2. Está contado por Roberto Madrigal en esta excelente pieza periodística que nos ha de hacer enrojecer a los críticos cinematográficos que casi siempre desconocemos de dónde proceden los fondos que sufragan las películas: http://rmadrigaldil.blogspot.com.es/2012/03/sokurov-ante-el-dilema-del-autor-y-el.html (revisado el 11/12/2012).  
3. Donde Faust sería la cuarta, el ateísmo.  
4. Jean Bodin, filósofo francés del siglo XVI que articuló la noción de soberanía a partir de la obediencia a las leyes que se supone se originan en la voluntad de “dios”. El monarca se supedita a él y de ahí emana su legitimidad. Se le considera el precursor, junto a un Hobbes de ideas parcialmente opuestas, del estado moderno.

Texto aparecido en el "Dossier Sokurov" de la Revista de Cine Contrapicado (Diciembre de 2012)

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