El Festival de Cine Iberoamericano de Huelva celebra este año su trigésimo sexta edición. Su historia es la del compromiso con los valores comunes de los pueblos de habla española, ejercido con la libertad que proporciona construirse en la periferia de los ombligos de Madrid y Washington. Cine de la madre humanidad, cine que milita, que habita, en la mujer y en el hombre del sur del sur.
Su director Eduardo Trías expresaba así la génesis del festival “se convirtió en la puerta de entrada del cine latinoamericano no sólo a España, sino también a Europa. Se trataba de un cine izquierdista, revolucionario y Huelva quedaba lejos de la Administración Central, lejos de su control”. (En Revista Tertulia Andaluza, por Julio Ruíz http://tiny.cc/v913r)
Corre 1975, Chile está en plena dictadura y Huelva premia en su primera edición a “Ya no basta con rezar”, del chileno Aldo Francia, una película enclavada en la coherencia interna propia de la Teología de la Liberación. Después cinematografías como la cubana llegaban por primera vez al público español para obtener en 1976 y 1977 el Colón de Oro con “La última cena”, de Tomás Gutiérrez Alea y “Cantata de Chile”, de Humberto Solás. Andalucía revivía después de 40 años de dictadura y comenzaba su diálogo con los pueblos del otro lado del Atlántico.
La persistencia de las circunstancias que dieron lugar a ese maremoto ha marcado toda una línea de temáticas, de objetivos, de inquietudes del cine iberoamericano. Los valores se encuentran muy por encima de los personajes que en uno u otro momento los representan. Obviar las desigualdades en cinematografías donde, aún más, si cabe, hacer cine es un privilegio, significaría trasladar la ilusión gigante de una disneylandia, no de cartón piedra como la original, sino de barro. América es como es, atreverse a mostrar su realidad, en sí mismo, es transformador.
Publicado en la Revista CineArte 16 (Octubre de 2010).