Las cinco películas que vamos a resaltar de la sección oficial del Festival de Cine de Guadalajara (México), concluido hace pocos días, hablan todas de quienes, ante la adversidad, perseveran. Son films de los que, casi siempre acertadamente, han aplicado esa máxima libertaria de que sólo los peces muertos siguen el curso del río. En algunos casos se trata de ir un paso más allá de la fatalidad, saliendo en su busca, esperándola, sintiendo que hay una oportunidad de victoria si se la combate en el origen. En otros aguardan, con mucha paciencia, a que el mundo al revés se ponga del derecho. Porque la perseverancia es reflexiva, madrugadora, constante. Y la obstinación vive a todas horas, no necesita pensar dos veces, quema sus naves, reconstruye su flota.
Perseverantes y obstinados volvemos de México tratando de entender el modelo de sociedad que propone cada forma de hacer cine. La Argentina de Luchessi que con la promesa del futuro, y lo que se pueda salvar del presente, redime a los hijos del mundo en el que les abandonaron sus padres. La Cuba de Daranas, para el cual el cristianismo sin Cristo puede ser una forma de subversión dentro de la subversión. La Iberia de Fernando Franco, donde el interior de una mujer cerca lo que le rodea, aunque lo que le rodea no está alrededor de ella. Y el Brasil de Coimbra, y Gomes y Guimaraes, que va de una justicia más allá de la moral en el primero, hasta un hombre, en los segundos, que se ha vuelto adicto al vacío que se siente añadiéndose al vacío de otros.
Mattías Lucchesi con Ciencias Naturales (Argentina, 2014), ganó los premios a Mejor Película y Mejor Guión del FICG en un reconocimiento que avalaba más las potencialidades épicas de su relato que el despliegue efectivo de todas las densidades y texturas argumentales posibles. Ciencias Naturales es una road movie, sostenida ante todo por su actriz protagonista; una niña que busca a quien dejó embarazada a su madre y que no va a descansar nunca hasta que le encuentre, porque desconocer el pasado es más intolerable que no saber qué nos aguarda en el futuro. Ella y su profesora de biología van a emprender un viaje por las montañas de la provincia de Córdoba, al oeste de Buenos Aires. Y la maestra quiere tanto que la chica encuentre al padre como rendirla para que lo olvide y regrese al colegio. Es la persistencia que decíamos, la obsesión, la que va convirtiendo las derrotas en progresos, en una escala en la que la madurez parece más cerca de quien se empeña que de quien claudica.
En Conducta (Cuba, 2014), de Ernesto Daranas (sin premio, pero generando mucho debate) otra profesora, interpretada por Alina Rodríguez, lucha por salvar a un niño que se encuentra en un entorno familiar depauperizado. Su madre se prostituye y su padre es, quizás, un amigo de ella que paga al chico unas monedas por cuidar de unos perros a los que enfrenta en sesiones de pelea clandestinas. Hay una denuncia muy dura de la descomposición moral ocasionada por la pobreza, descomposición por cierto que también existe, y en mayor grado, en otros países del Caribe que no sufren ningún tipo de bloqueo económico. Pero también es una acusación a las limitaciones de la burocracia para reaprovisionar éticamente a esa sociedad. Daranas, con una dirección de actores excelente y una factura técnica de primer orden, toma una opción que desde el pensamiento moderno nos puede parecer contradictoria, e incluso contraproducente, pero que en Cuba está cobrando fuerza a medida que ese desarme del tejido social se acelera. Un símbolo cristiano se convierte en refugio de una clase de rectitud, que por encima incluso de normas coyunturales, representa a quienes tienen un espíritu contestatario. El mensaje de la película es sin embargo difícilmente extrapolable a Europa, donde sabemos que el cristianismo, con o sin Cristo, es responsable de la mayor parte de los problemas de nuestras sociedades, y de los crímenes de nuestras naciones, pero sirve para entender mejor la situación, tan al límite, en la que se encuentra el pueblo cubano.
La herida (España, 2013), de Fernando Franco, que tampoco obtuvo premio en Guadalajara, pero que ganó en los Goya, y en San Sebastián y Mar de la Plata, habla de otros límites, los que se encuentra quien se recluye dentro de sí misma. Una mujer, Ana, magistralmente interpretada por Marian Álvarez, sufre una enfermedad mental que ha desordenado la relación con su entorno afectivo. Es una persona obstinada a vivir hasta el momento en que no quede ni un solo motivo por el que seguir haciéndolo. La tragedia estriba en que se auto-destruye más deprisa de lo que la realidad logra erosionarla. En cada contrariedad Ana encuentra una razón para quitarse la vida, o al menos una de sus fracciones. Si hay películas que pueden aproximarse a aquello que se llamó, antes de la dictadura de los mercados, “función pública”, La herida es una de ellas. Es una obra que presta auxilio, que tiene una misión, y en la que previamente a calificarla como más o menos excelente, se recoge una vocación de servicio al arte, al cine y al público, que dota de sentido haberla visto.
Sí obtuvo premio a Mejor Director Fernando Coimbra por la densísima narrativa de Un lobo tras la puerta (O lobo atrás da porta, 2013). El cine brasileño presenta cada año unas cuantas películas que reescriben el concepto que tenemos de género cinematográfico. Si “Un lobo” es un thriller, va más allá de lo que se ha atrevido nadie a considerar que podía escribirse en un guión. Y lo hace sin exabruptos, sin buscar la admiración de unos espectadores que, después de ver una película así, van a quedarse a medias con cualquier producción comercial, por buena factura o calidad técnica que se exhiba. Una historia que no pretende que juzguemos sino que comprendamos esa relación, esa obsesión, ese método de cobrarse las deudas pendientes. Y una vez más un movimiento que fluye desde una mujer, ya que una de las formas que tiene el cine Iberoamericano de sumarse a la pelea por la transformación social es dando, y con razón, por periclitada la cosmovisión masculina. Leandra Leal, la actriz protagonista, ofrece un recital de sincronía con la textura de la trama, porque más allá de los gestos, o la convicción ensayada de los parlamentos, está el ser capaz de reflejar en un rostro la esencia última de la historia que se conduce.
Concluimos con el Premio Especial del Jurado, y el de Mejor Fotografía, El hombre de las multitudes (O Homem das multidões, 2013), de los brasileños Marcelo Gomes y Cao Guimaraes, basada en un cuento de Poe. Cuando se pretende que una película consista en un enunciado, y que éste sea recursivo, corremos el riesgo de convertirnos en una copia idéntica de lo que describimos y que por añadidura no podamos ofrecer algo más que esa simple declaración, porque en un enunciado casi nada cabe. La película adolece de ello, de ofrecer una concepción formal íntimamente unida a lo que denuncia (formato vertical de la imagen, similar a los smartphones - muy atractiva estéticamente - gama de colores semejante a los filtros de la red social Instagram, que ya nos remite a cierta clase de multitud de la contemporaneidad) y ponerlo a las órdenes de un argumento que funciona sin oscilaciones dramáticas, a semejanza del hombre del siglo al que alude. Un ser que necesita, para no sentirse solo, de la compañía de los que al realizar un trayecto se encuentran igualmente despojados. Razonado el film es más interesante que contemplarlo y posiblemente esa es su intención porque, en el requerimiento que ejecuta de cierto arquetipo de modernidad, la propia obra se auto-impugna.
El cine Iberoamericano que pudo verse en Guadalajara refleja una serie de sensibilidades culturales que se encuentran en oposición a la corriente general que aliena, en interés de las oligarquías, a la mayor parte del público. Así es desde hace muchos años. Lo que ha sucedido en las últimas dos décadas en Argentina, en Brasil, en Chile, en España, es que se ha desplegado una ambición general de renovación de temáticas y de factura técnica que hace a estas películas mucho más atractivas para quienes no buscan tanto un vago entretenimiento como compartir una experiencia. Y ese es el gran triunfo del cine latinoamericano, que a día de hoy tiene una historia que contar y algunas fuerzas para hacerlo.
Por José Ramón Otero Roko en La Marea (Abril de 2014) y en el periódico de información alternativa Rebelión.org (Mayo de 2014)